Las mujeres y el dinero

Me dedico a la Salud Mental, elijo la prevención, y en especial, cuando de mujeres se trata; en el consultorio, indago acerca de la autonomía, la independencia económica y la relación con el dinero.

La mayoría de las veces noto, aún en quienes trabajan afuera y tienen una supuesta “independencia económica”, que ésta última, tiene “patas cortas”.

La independencia económica es condición para la autonomía y se trata ni más ni menos que de la disponibilidad de recursos económicos propios. La autonomía es la posibilidad de utilizar esos recursos con criterio propio, es una condición para la Salud Mental.

Es común conocer mujeres independientes en muchos aspectos, y sin embargo, no lo son en relación al dinero.

La forma en que una persona maneja el dinero nos da mucha información de sí misma, de su autoestima, de su vinculación con ella misma y con los otros.

La dependencia limita y restringe la capacidad de acción, genera frustración y malestar.

Quienes se recuestan en la dependencia, en general mujeres e hijos (me refiero a adultos), son sujetos que no desean enfrentar las responsabilidades de la vida adulta y que no asumen los compromisos propios del crecimiento y del protagonismo de la propia vida.

Disponer en cambio, está ligado a la independencia y la  libertad, que incluye la movilidad, la libertad de acción y la toma de decisiones.

Aún hoy, es común ver mujeres que se autodefinen independientes y frente a una separación, divorcio, enfermedad o muerte de la pareja se encuentran desvalidas, como niñas, y sólo allí descubren lo poco que sabían de la dinámica económico-familiar.

Lo cierto es que lo ideal, es tener esa autonomía, promovida desde el disfrute y con conciencia, no “porque la vida me arrastró hasta aquí”.

Existe en muchas mujeres, dificultades al hablar y negociar cuando se trata de dinero, pactar honorarios y contratos, y efectivizar cobros.

Hay desconcierto, confusión, y hasta pedido de compañía masculina en determinadas decisiones o la inclusión de un socio varón, cuando se trata de “montos grandes” de dinero.

Los varones en las mismas circunstancias no piden a su pareja opinión acerca de qué hacer con el dinero de una herencia, bien propio; o del producto de una indemnización o del bonus anual de la empresa por citar algunos ejemplos. Son muchas las mujeres que salen al mundo a buscar lo que precisan, algunas son sostén del  hogar, y muestran resquemor de ser vistas como “interesadas” o “materialistas” cuando defienden intereses económicos, como si su femineidad es la que se viera cuestionada.

Para la independencia económica y la autonomía,  la mujer requiere no sólo el acceso al dinero, sino que despliegue funciones yoicas como salir al mundo, mostrar su trabajo y conocimientos, y decidir acerca de ese dinero ganado, sentirse merecedora de ello y con derecho a poseerlo sin culpas y tomar decisiones, con derecho a aciertos y también a equivocarse.

Es curioso palpar y constatar la resistencias a promover un cambio en este sentido, aún en aquellas mujeres que pueden expresar su malestar, desconcierto y padecen con el tema.

Mujeres con dificultad para reconocer como propios los bienes de la sociedad conyugal y sentimiento de culpa por utilizar dinero en beneficio propio.

O, aquellas que, dentro del presupuesto familiar, destinan sus ingresos a la “caja chica”,  a aquellas obligaciones que hay que pagar en tiempo y forma, la cuota de colegio, el supermercado, las expensas, impuestos, etc, reservando para el ingreso del varón aquellos gastos que permiten la disponibilidad y movilidad de acción…..dinero para ahorrar, para cambiar el auto (un auto que fundamentalmente tiene usufructo propio).

Mujeres que saben que hay dinero en la cuenta tal, no saben bien cuanto, si la cuenta es conjunta o indistinta, no saben cómo hacer un retiro; que aún cuando no es así en el día a día, tienen la ilusión de “disponibilidad del dinero común”.

En las parejas son frecuentes los desequilibrios en los beneficios económicos.

Lo cierto es que en el consultorio veo mujeres acosadas por fantasmas y miedo al “síndrome de pobreza”, y voces que les susurran al oído presagios paralizadores.

Ahí se conectan con el miedo, el susto, la inmovilidad.

Muchas veces se nota el desamparo y buscan aquel hombre, según le contaron, que le garantice protección vitalicia, paradoja que hace creer que la seguridad está en la dependencia.

Lo que nos pasa a nosotras es de nosotras, no es culpa de ellos, a ellos también les pasan cosas en relación al recurso del dinero.

Pero revisando mandatos y creencias en este sentido ganamos todos: hombres y mujeres. Y de eso se trata. De la salud mental de todos.

Lo cierto es que el dinero puede ser un recurso de amor. Un recurso no es bueno ni malo en sí mismo, depende el uso que le doy.

Puedo usar un cuchillo para cortar una torta o para matar a alguien.

Debemos rescatar el placer solidario, en lugar del poder o sometimiento. Es cierto que hoy en día, también son muchas las mujeres que utilizan el recurso del dinero como poder.

El dinero es un recurso con el que se pueden llevar a cabo prácticas de autonomía. No importa quién gana más o menos en la pareja, lo que afecta el vínculo es el uso del dinero como poder.

La noticia, es que aún hay mucho por recorrer y hacer. Es cierto que se ha avanzado, y las generaciones de hoy se defienden de esto y perpetúan el mandato que recibieron de sus propias madres: “Que no te pase lo que me pasó a mí.” Y lo hacen como pueden. Entonces postergan la maternidad, la tendencia es al hijo único y miedo al compromiso que ya saben que “no es para siempre”.

En los países donde la diferencia entre el hombre y la mujer es menor,  hay menos pobreza, menos corrupción y el crecimiento es más rápido. Así lo señala un estudio del Banco Mundial, que actualmente es  uno de los más amplios sobre los vínculos entre género y progreso económico.

 

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